La palabra escrita nos sitúa en la eternidad.

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lunes, 20 de enero de 2025



 

 

7.-  El descenso.

 

Amanece, y está lista la luz para su diario paseo. El sol, como una araña, alza sus patas grises encima de los cerros, aunque aún alcanza la oscuridad a velar el camino sombreado por las cumbres.  Nada se mueve a esta hora, todavía, si no es esa pequeña mancha blanquecina que serpentea entre los troncos. Lejos, tan lejos hasta donde alcanza la vista, el paisaje está vacío.

Sólo la pequeña mancha revoloteando de un lado a otro como lo haría una mariposa desorientada. Aún está muy lejos. El ojo más avezado no alcanzaría a distinguir qué es exactamente.

Poco a poco se acerca a la carretera. En realidad, ahora podemos ver que la mancha no vuela serpenteando, sino que baja la pendiente dispareja trabajosamente, sujetándose a los arbustos, tropezando con las piedras afiladas. Lo que le daba la apariencia de una mariposa, es un vestido blanco, a trechos descosido. El viento lo hace ondular como a un velamen. Aminora su carrera junto a la autopista. Duda. Ya la luz es menos difusa y la temblorosa claridad dibuja una silueta menuda, friolenta, temerosa; la silueta de una joven, casi una niña. Desde más cerca se podrían ver manchas parduscas sobre el blanco del vestido. Unas, pardas oscuras; otras, más rojizas. Visto de cerca, su rostro demacrado presenta magulladuras y cardenales; su pelo, salpicado de briznas, lleno de tierra suelta, le cae en desorden sobre la cara.

Un auto verde oscuro pasa por su lado, pero ella no hace ninguna señal.

El coche, que se ha detenido unos metros más lejos, se le acerca en reversa.

Entonces, la pálida figura se deja caer a la vera del camino.


MARIPOSAS FEROCES, (capítulo 7)


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