Quizás en otro lugar.
(Novela)
Por fin llega una micro que se detiene, aunque está
pasablemente llena. Nos encaramamos como podemos y partimos, lanzando una
oleada de agua barrosa contra las paredes naranjas del paradero.
Un perro café claro mira desconsolado hacia el
horizonte. Hasta los perros se han vuelto más tristes. Espera a que la micro
arranque y cruza hacia la plazuela. Desde allí nos pega una última mirada, honda,
abatida. Luego trota hacia adentro de la población. Ya no encuentro comida ni
en el basurero. Me he recorrido toda la pobla de norte a sur y de oriente a
poniente y nada. La gente ya no tira las sobras. Hasta los huesitos de pollo
los hierven más de una vez para sacarles toda la sustancia y a nosotros los cánidos
no nos dejan con qué engañar las tripas. Ni una rata me encuentro hoy, ni una
miserable rata, si parece que hasta las alcantarillas están pobres. Hoy me he
comido dos moscas, y eso, porque volaban muy bajo. Si esto sigue así tendré que
cambiar de barrio. El problema es que la pobla de al lado la lidera el Tuerto y
a ese, hasta los perros más grandes le tienen miedo. Una señora abre la puerta
de su casa. Me mira con cara rara. Me hace una seña. ¿Será para algo bueno? La
mala suerte lo vuelve a uno desconfiado. Me acerco arrastrando un poco la cola,
amistoso pero no mucho, listo para soltar el mordisco si hace falta, después
andan diciendo que uno es un perro ladino, pero es que así me hizo la vida - Ven
acá – pobre animal, tiene cara de no haber desayunado - ven acá - la mujer le
tira una hallulla y espera que la muerda antes de volver a entrar y cerrar
la puerta. No voy a hacerme ni más rica ni más pobre por darle un pedazo de
pan. Ellos qué culpa tienen de las malas obras de los humanos.
(fragmento)
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