MARIPOSAS FEROCEs
jacqueline sellan bodin
Árboles
retorcidos
llenos
de pequeñas existencias
ansiosas
y crueles.
Enmascarada
de verde y oro
la
madrugada naciente
esconde
las uñas debajo de sus flores,
y
hasta las mariposas succionan feroces
el
néctar azucarado
escondido
tras los pétalos.
Las
abejas bordonean amenazas
en voz baja, aunque no menos audible
que
la queja del viento entre las ramas.
La
vida desgarra la vida para vivir
y
nace matando.
1. La pesca.
Debajo del sauce llorón el río parece un
pez tembloroso cubierto de miles de escamas quebradizas. El pez, al extremo del
hilo, parece una gota de agua plateada.
Lo arranca del anzuelo. Toma un pedazo de
rama caído a su lado y le da un golpe seco en la cabeza. El pescado se queda
quieto. Lo deposita junto a los otros dos en la talega de mimbre. Enrolla con
cuidado la lienza alrededor del tarro. Introduce todos los implementos de pesca
en la pequeña canasta rectangular y la cierra, anudando entre sí unas tiras de
paja. Estira las piernas de los jeans que traía dobladas sobre las
pantorrillas. Se cuelga la cesta al hombro y avanza con paso elástico por el solitario
camino que bordea el torrente.
Catherine no tiene miedo.
Ya no.
Hace unos años lo había tenido, cuando
apenas salía de la infancia.
Pero ese tiempo ya ha pasado.
Lanza una rápida mirada, aguda y cortante,
parecida a una cuchillada, al hombre que pasa junto a ella en sentido
contrario. Un segundo. Sin embargo, es suficiente para helar en él cualquier
intento de acercamiento. Es una mirada que dice “ten cuidado, más te vale guardar las distancias.” Así lo entendió
él, aunque no pudo ver la forma como apretaba en su puño la diminuta navaja de
resorte.
No, no tendría miedo nunca más.
(Primer capítulo de "Mariposas feroces".)
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