La palabra escrita nos sitúa en la eternidad.

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martes, 8 de octubre de 2024

Presentación  de mi novela 

"El crujido de la hojas"


En el teatro Juárez, en Zitácuaro, hace más o menos un año.


1.

"Ocre difuminado a ras de las cumbres, grises opacos en el cielo. Una amenaza de tormenta húmeda y densa impregna el paisaje. Con la punta de la espátula raspa un poco el excedente de pintura. Debajo de las nubes marengo, el crepúsculo tiembla como una burbuja a punto de estallar. El tiempo de agacharse a recoger sus cosas y la oscuridad se ha desparramado sobre los campos. A tientas, con el brazo extendido para mantener la tela apartada de su cuerpo, con el caballete en la otra mano y la mochila con los tubos de óleo a la espalda, vuelve lo más a prisa posible, mientras las primeras gotas del aguacero le empapan la ropa harto delgada para la estación. Su escuálida bufanda roja le aprisiona el cuello intentando mitigar el cierzo helado que ha bajado junto con la noche, aunque no lo logra. Es un aire tozudo, que se inmiscuye entre las costuras disjuntas, atraviesa los agujeros del tejido, y lo hace tiritar mientras intenta apurar el paso sorteando los matorrales y las charcas de la nubada anterior. Un perro husmea y ladra. Al final del baldío, las luces de las ventanas asomadas a las casas de la nueva población, alzan un faro tembloroso en medio del chubasco que ya se ha soltado y lo empapa copiosamente. El agua chorrea por su pelo y le enturbia la vista. Intenta correr; el bastidor se lo impide; es más grande de lo habitual y las ráfagas brutales le dan enviones que peligran hacerlo caer. Finalmente llega a la parte iluminada. La cortina de hilos plateados que lo envuelve lo enceguece más que la negrura de hace un rato. Por fin, solamente le restan unos cuantos minutos para llegar a la seguridad de su cuarto. Acaba de llegar, lo escuché recién cerrar la puerta. Ahora estará cambiándose la ropa mojada y luego va a venir al comedor, como si tuviera todos los derechos, a comerse un plato de sopa que no ha ganado, ya se lo he dicho a su padre, pintar no sirve de nada, pero ese viejo terco no entiende, toda la vida ha sobreprotegido a sus hijos, a todos, y más a este, quién sabe por qué, a lo mejor porque lo siente más débil, mentira, no es débil, se hace, para que lo amparen, ya se acostumbró a andar inspirando lástima, ahí está la comida, sobre la estufa. Con mala gana me señala la olla, como si me hiciera una limosna ¡vieja de mierda! la ocurrencia de mi padre de volver a casarse y con esta bruja, me odia, siempre me ha odiado, de qué le sirve irse a golpear el pecho todos los días al templo y gritar amén a los sermones del pastor y colgar en sus paredes estos carteles ridículos, sí, gracias. Se sienta frente al plato de sopa tibia; no se atreve a calentarlo, Ernestina ya le dijo el otro día que si quería comer caliente que llegara a tiempo, que el gas no lo regalan. Don Jaime se hace el tonto, como si no escuchara los altercados, no quiere problemas y además, su hijo ya está grande y debiera hacer por ganar dinero y cooperar con los gastos, es verdad que a menudo lo defiende frente a Ernestina, pero hay que reconocer que ella tiene razón, es hora de que el chico madure, que aporte a la economía familiar en lugar de pasarse el día mirando el techo, escuchando música y saliendo a embadurnar trapos todas las tardes sin ningún beneficio. Debieras hacer paisajes bonitos, para que se vendan, la gente no va a comprar esas cosas que pintas, dan miedo. Pinto lo que siento. Entonces sientes puras cosas malas.

Esas “cosas” que afloran a sus telas como zarpazos, que se asoman lanzando ojeadas a través de los trazos agudos del pincel, efectivamente dan miedo. Son tangibles. Se salen de los cuadros por las noches y reptan recorriendo las habitación en sombras, como lagartos. Cuando le regaló un bosquejo a su amigo Pancho, este se lo devolvió al día siguiente, no he podido dormir, compadre, esta weá no me dejó dormir, me despertaba a sobresaltos, me parecía que unos nubarrones se salían del cuadro y me envolvían y me tuve que levantar y ponerlo de cara a la pared. No, me gusta pero no, no puedo tenerlo en mi casa. ¿Has hecho algún pacto weón? Seguro que tengo algún pacto secreto, secreto incluso para mí, que con frecuencia nos inclinamos hacia fuerzas indebidas y oscuras, involuntariamente, para tener el poder, el poder y la gloria igual que en la novela de Graham, para tener el aplauso irrisorio de un público ignorante y posero, ooohhh, qué hermoso, alabando al payaso de turno, al que está de moda, aunque trace rayas paralelas en color caca de ganso en una monumental tela o un manojo de testículos bofos colgando del vacío." (El crujido de las hojas, fragmento del primer capítulo.)


I.A.

 


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