La palabra escrita nos sitúa en la eternidad.

La palabra escrita nos sitúa en la eternidad.
La palabra escrita nos sitúa en la eternidad.

viernes, 26 de septiembre de 2025

Por ahí nos adentramos, Julián y yo, confundiéndonos con esa multitud que se encamina hacia “el jardín chiquito”, o “el jardín de las flores” como les ha dado en llamarlo, aunque no hay muchas flores y sí es bastante más pequeño que la plaza.

Desde el kiosco central, parten, como los radios de un círculo, varios paseos con sus respectivos bancos.  Hoy, esos paseos están abarrotados con puestos de vendedores de adornos navideños: estrellas y esferas multicolores, árboles de plástico de varios tamaños, luces, - de las musicales y de las silenciosas -, renos de ratán tiesos y circunspectos, nochebuenas de plástico.

También todo el perímetro del jardín está ocupado por dichos puestos.

Y, de ese mosaico de colores y brillos, se escapa un bullicio, una cacofonía ruidosa e inarmónica, que me aturde y marea. Cada puesto tiene su propio villancico, además de varios juegos de luces que parpadean y cantan a la vez, sin llegar a ponerse de acuerdo ni en el tema ni en el compás.

Allí se compra y se vende la Navidad en rebajas. Cada quien elige la suya.

El reflejo cóncavo, novela.

Jacqueline Sellan Bodin



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