La palabra escrita nos sitúa en la eternidad.

La palabra escrita nos sitúa en la eternidad.
La palabra escrita nos sitúa en la eternidad.

martes, 24 de diciembre de 2024

 


La naranja.

 

Cuando mi tía volvió de un viaje a Francia, vino a visitarnos. Allá la habían llevado a conocer un salón de té perteneciente a una cadena que marca geográficamente la ruta del té, es decir, la ruta que seguían los comerciantes de té del tiempo de Marco Polo, desde China hasta los diferentes centros de comercialización de Europa. En ese salón había comprado la preciosa caja de té que traía de regalo, un té negro, de hoja larga, adicionado con flores de Afganistán.

Mientras tomábamos el perfumado brebaje, después del almuerzo, nos pusimos a leer el catálogo que venía junto con la cajita. Té a la bergamota, té a la cáscara de naranja, té de hoja entera, té fermentado de diversas maneras, té con jazmín, con rosa, con granada. Flores de té. Cajas de té que eran a la vez cajitas musicales. El libro del té. La suerte en las hojas de té. Juegos de té, con teteras primorosas y primorosas tacitas.

Y una cosa lleva a la otra. Comenzamos a hablar de perfumes y jabones artesanales.

De los jabones pasamos a los licores. Alguien propuso hacer licor de naranja, y puesto que el hierro hay que golpearlo en caliente, partimos de inmediato mis  hijos y yo para el supermercado. Mi hijo mayor en ese tiempo pasaba del tema. ¿Quién iba a decir que hoy dedicaría su tiempo libre a fabricar licores medicinales?

En el súper compramos aguardiente junto con las naranjas más hermosas que he visto en toda mi vida: grandes, parejas, de un naranjo intenso, de un grano fino, perfumadas, pletóricas.

Llegamos a casa, lavamos algunos frutos y los cortamos en rodajas, que luego pusimos en un frasco grande con el aguardiente en un sitio oscuro. Y a esperar.

 Nos habían sobrado rodajas, así que decidimos tomar té negro con naranja; pusimos el agua a calentar y preparamos las tazas.

En el instante de  sentarnos a la mesa, oímos tocar a la puerta. La mayor de mis hijas fue a abrir. De inmediato volvió diciéndome: Una viejita que pide limosna.

Tomó un pan de la panera y en el momento de ir a llevarlo, tuvo como una inspiración: ¡voy a llevarle una naranja! – exclamó entusiasmada.

Desde nuestro puesto en la mesa escuchamos a la viejecita agradecer el pan con educación aunque sin gran entusiasmo. En cambio, cuando recibió la naranja, su voz pareció iluminarse: “muchas gracias, hijita, que Dios te cumpla todos tus deseos. Ya está por llegar la primavera, ¿verdad?

Entre nosotros se hizo un silencio.

Esa es la magia de los actos o situaciones inesperados, de las cosas que parecen inútiles, al menos no utilitarias, pero son realmente las imprescindibles. Las que nos hacen soñar, y durante un instante, fugaz e imperecedero, somos parte indisoluble de la primavera.



De "Cuentos escritos bajo la lluvia".

En Amazon



No hay comentarios:

Publicar un comentario

  El olivo (cuento) En esa silla se ha vuelto a sentar. Hace una eternidad, le parece, su existencia no tiene otro objeto que el de sentar...