La palabra escrita nos sitúa en la eternidad.

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viernes, 8 de noviembre de 2024

 





I

 

 

 

Miro el mar,

_o el mar me mira_,

ya no sé bien.

Tal vez yo soy el mar y no me reconocen

esas barcas lejanas de tristes velas plegadas,

y las huellas que sueño en la arena

no son las mías

sino las de alguien

que se me asemeja,

alguien que desafía la ira desmedida del mar,

mi propia ira,

_tal vez la más profunda_

y ese pareo ceñido que el viento anuda

en torno a un cuerpo que ya no es mío

sólo imita el recuerdo

de un encuentro imposible.

¿Dónde quedó la delicia de ser niña

y correr sobre la playa sin fronteras?

¿Dónde, el ingenuo pasatiempo

de saltar de roca en roca,

de vuelo en vuelo,

de ola en ola?

Duermen en mi regazo

las inquietas palabras

de una nostalgia intensa.

 

 

Las amarillas manzanas

de mis pesadillas,

se hunden en aguas

cada vez más profundas.

Bajan a jugar con los peces

unas gaviotas,

_azules, en la tarde_,

y toda la playa tiembla

bajo el viento del sur.


Del libro "Profundos arenales"

Jacqueline Sellan Bodin

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