La palabra escrita nos sitúa en la eternidad.

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martes, 12 de noviembre de 2024

 Mariposas feroces.

(novela)

Jacqueline Sellan Bodin          





8.- La paz del monte.

 

 

Érase una vez un sendero que, como todos los senderos, no iba a ninguna parte sino que descansaba en medio de la arboleda, rodeado de pequeñas flores silvestres, brillantes botones de oro, dientes de león que alzaban, protectores, sus cabezas coronadas de púas amarillas, y una profusión de hierbas altas que se arremolinaban tratando de mirar por sobre los hombros de las demás, aunque nada interesante ocurría sino era la danza del polvo dorado con la ventisca o la carrera minúscula de algún insecto que cruzaba al pastizal del frente, o, de tarde en tarde, el paso de algún caminante mañanero absorto en la belleza de los cerros lejanos, a esa hora en que el sol rasga con un cuchillo de luz la noche moribunda y las sombras se ven más largas y oscuras de lo que en realidad son, y los brillos se ven más luminosos por contraste.

Por ese camino Catherine caminaba algunas veces, cuando estaba hambrienta de soledad, cuando se había levantado temprano con la alegría del verano en los ojos y un aletear de colibrí en el corazón. (fragmento)


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