4.- Ocaso.
A |
tila ensangrentado
galopa a la cabeza de su ejército.
Su espada reluce al sol del mediodía. La sombra de su
caballo se arrastra bajo él, pisoteada y deshecha. A su espalda, el paisaje de la guerra: mujeres
despanzurradas envueltas en sus propias entrañas, recién nacidos aullantes
ensartados en la punta de las lanzas, cabezas barbudas rodando entre los cascos
de los caballos.
El atardecer lo acoge en su campamento. Bajo la
tienda, donde la soledad hostil del poder pinta fantasmas de miedo y de
traición, Atila duerme sobresaltado.
Sueña que camina en un lodazal de sangre donde sus
botas se hunden hasta el borde. Sueña con ropas impregnadas del acre olor de
las batallas, con el fuego tibio de las hogueras en las acampadas y con el
denso humo pestilente de las ciudades quemadas. Lo hechizan largas cabelleras
de sangre y fuego. Sueña unos ojos claros donde lavar el dolor y la rabia.
Sueña una mano amada alargándole una copa. Siente en su interior la serpiente
irremediable del veneno.
Atila abre los ojos, pero es demasiado tarde.
Entonces comprende que jamás ha soñado.
Jacqueline Sellan Bodin.
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