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viernes, 11 de octubre de 2024

 EL OLOR DE LA SAL

(NOVELA)

Jacqueline Sellan Bodin



Pintura de Natalia H. Sellan. Tinta china.



1

 

 

Cuando me trajeron desde España, acostumbrado que estaba a las inmensidades de la mar océana, me extravié en el dédalo de canales entre las lluviosas islas, tan distintas de mis costas amadas y perdidas para siempre.

Encandilado por las luces que de noche encienden sus habitantes, intento atracar en los puertos, sin éxito.

Y, cuando llega el día, la bruma del mar me duerme y creo que desaparezco, hasta que el soplo del viento nocturno me devuelve a la vida.

Cargado de fantasmas, dando vueltas incesantes frente a las intrincadas costas, me ven pasar los isleños con el corazón helado por el espanto.

 

Y ahí estaba, con su veladura brillando de luz lunar, rielando las olas, y los marineros intentando echar el ancla por sobre la borda húmeda de la lluvia reciente, frente al muelle de Dalcahue.

Yo lo miraba desde arriba, desde la última ventana, la de la buhardilla.

Acostumbraba subir por la desvencijada escalera – a pesar de las prohibiciones – apenas me quedaba sola en la casa y las veces que mi madre se tardaba en llegar por culpa del trabajo, que desde que mi papi murió ella heredó de ir a poner inyecciones y cuidar moribundos.

Desde allí podía verla aparecer a la vuelta de la esquina, y entonces alcanzaba, de una carrera, a llegar a mi cuarto y meterme en la cama.

¿Ya estás dormida? – preguntaría – y entonces yo fingiría despertarme y al estirarme para echarle los brazos al cuello, ahogaría un bostezo, de verdad ese sí, porque ya sería muy tarde y tendría sueño.

Pero esa vez no la vi a ella, sino a ese alto velamen de escarcha, brillante bajo la luna recién salida en un claro entre las nubes, y vi al marinero que echaba al mar la chalupa y remaba hasta la costa. (fragmento)



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