Paso de largo, llevando pequeñas basuras que se enredan en mis juncos, que
quedan flotando, dando tumbos y volteretas de borracho entre las matas tiesas
que crecen en mi orilla, llevando en la correntada las hojas caídas de los
árboles que se miran en mis aguas, llevando los botes veloces que los remeros
creen manejar a su antojo, llevando el reflejo de un cielo amarillento y
trémulo, llevando el otoño. Llevando mucho más que el otoño.
El agua, la que cae del cielo, la que corre a nuestros pies, la que se encharca en pozas en la calle, la que rebota sobre el nylon del paraguas, la que lava, la que deshace las pesadillas o que las causa, no puede estar ausente de mis historias. Han nacido del agua. De mirar incesantemente caer la lluvia. De pasear por las orillas de los muchos ríos de mi infancia: El Aysén, el Simpson, el Baker. Y un poco más al norte, el Caucau, el Calle-calle, el Cruces, el Tornagaleones. Y el subterráneo Catrico que lleva, en sus aguas oscuras y silenciosas, quién sabe qué crímenes secretos y secretos amores. No, no puede el agua estar ausente de mis historias.
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