La palabra escrita nos sitúa en la eternidad.

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viernes, 10 de enero de 2025

 

 


EL BARDO

 

 

Yace solitaria,

lejos del hormiguero,

pequeño cadáver de oro

que reluce bajo los últimos

rayos del sol.

Allí la abandonó la turba

violenta e indignada

de esclavas serviles,

después de quién sabe qué tormentos

perpetrados en la ciega noche

de las laberínticas entrañas

del hormiguero.

Yace solitaria,

como una joya

cuyo fulgor cegó la vista

de aquellos obtusos seres,

libre por fin,

que la vida le fue un cautiverio.

Yace sola en el polvo del camino;

es el castigo que reserva

la obediente grey

a quienes no celebran

la misa negra de arrastrarse

frente a su augusta soberana,

esa,

que con despiadado cetro,

ordena la vida o la muerte,

la que decreta,

entre sus propios hijos,

quienes serán los privilegiados alfas

y quienes los esclavos obedientes,

impensantes,

programados desde el huevo

para amar las cadenas.

¿Qué cósmica luz estelar

incubó a aquella,

que sólo el arpa inspirara,

y, con versos minúsculos

de sincero acento,

cantó las desdichas

de ese atemporal imperio?

¿En qué vinos ignotos

libó esa rebeldía

que volcó en música desconocida

y que aún resuena,

oprobiosa,

irreverente,

en las paredes para siempre oscuras,

despertando las iras

-y la envidia- de todas?

Para no oírla

se han vuelto sordas,

lamiendo el polvo que la reina pisa,

la reina-madre a la que nunca

llamarán más que reina;

para no oírla

la ajusticiaron

en sus terroríficas cámaras subterráneas,

y luego la llevaron

lejos del hormiguero,

en mitad del camino,

que incluso la libertad de su muerte

les dolía.

 

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